
No es lo mismo la Navidad cuando uno lleva algunos años en el cuerpo. Recuerdo el sentimiento que me provocaba esta fecha de pequeña, de partida el misterio aquel de quién trae los regalos... por curiosos una vez encontramos con mi hermano la bicicleta que nos habían comprado, metida en un closet y tapada con mucha ropa... qué impresión encontrar algo extraño, los cachitos del manubrio, unas pelusas plásticas colgando, luego un fierro largo... qué es esto... hasta que nos dimos cuenta de qué era, desde ahí en adelante la sorpresa y la intriga se terminaron para siempre.
Todas las mañanas de Navidad me despertaba temprano ( no así los otros 364 días, debo confesar ), me asomaba por la ventana a mirar hacia el patio y sentía en el aire algo especial... no sé definirlo, no sé si era un aroma o simplemente una sensación, el caso es que esa mañana siempre ha sido especial, aunque ya no me despierte temprano...
Y la magia de los regalos. Provengo de una familia grande, con muchos tíos y primos, así que los regalos en Navidad siempre fueron muchos... pero siempre me impresionó mucho más verlos, tocarlos, sentirlos, pensar que alguien compró algo pensando en mí... ese momento es impagable, y es algo que no se olvida. A pesar de que los años han pasado, a pesar de que la familia se ha reducido notablemente, a pesar de que en mi casa no tengo árbol y sí pesebre, a pesar de que muchos sueños nunca se hicieron realidad.
Hoy me paseo por las tiendas, miro a esos pobres hombres sofocados con los 30 grados de calor y envueltos en sus invernales trajes... todos los lugares atestados, todos corriendo sin mucho sentido... así no dan ganas de celebrar... me encantaría poder volver a esos años, a ser pequeña y creer en la magia y misterio de los regalos, sentarme junto al pesebre a mirar las imágenes, al niñito Jesús, a esperar la noche para estar todos los que fuimos juntos una vez más.